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Cómo la ONU encubre la represión y la censura en China —Por Agustina Vergara Cid

La Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU jura proteger la libertad de expresión de todos los individuos. La ONU supervisa activamente el cumplimiento de los derechos humanos, notablemente la libertad de expresión, y promete hacer rendir cuentas a los estados-miembros por cualquier violación de estos derechos.

Pero la realidad es que la ONU está socavando la libertad de expresión. Lo hace, inter alia, al avalar a los más flagrantes violadores de este principio y al blanquear sus acciones. 

Un ejemplo contundente de la subversión por parte de la ONU de la libertad de expresión es su manera de tratar con China. China es uno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, donde posee gran poder e influencia. Pero lejos de ser un modelo de lo que significa proteger la libertad de expresión, China es uno de sus peores transgresores, y un gran enemigo de este principio. Esto se ha vuelto más evidente recientemente con la censura ubicua del país de información sobre el nuevo coronavirus.  

Muchos han oído sobre el doctor Li Wenliang, quien estuvo entre los primeros en alertar a la población sobre el nuevo virus. La respuesta del gobierno chino fue silenciarlo y acusarlo de “hacer comentarios falsos”. Li murió de Covid-19 a principios de Febrero. Su historia instigó demandas por libertad de expresión a lo largo y a lo ancho de China, las cuales también fueron censuradas. Esto mostró a todas luces cómo opera el régimen chino. (El gobierno chino recientemente exoneró al Dr. Li, post mortem.)

China es gobernada por el Partido Comunista Chino en un sistema unipartidista que ejerce control total sobre la vida de la gente: sobre sus casas, sus trabajos, lo que ven en la televisión, entre otras cosas. No existe la libertad de expresión dentro de las fronteras chinas: el régimen autoritario del país impone un control absoluto del pensamiento. 

La censura es omnipresente. Por ejemplo, el “Gran Muralla de Internet” del gobierno chino bloquea muchos sitios de internet (especialmente sitios extranjeros) y prohíbe el acceso a sitios de noticias, Google, Facebook, Twitter, Youtube, y prácticamente cualquier otra red social; ni siquiera las aplicaciones de mensajería de texto, como WhatsApp, pueden ser usadas. China tiene sus propias redes sociales (particularmente, Weibo y WeChat), las cuales están sujetas a una censura muy pesada. Esto es así porque la única información a la que los ciudadanos chinos pueden acceder por internet es información previamente revisada por el gobierno. China incluso tiene una policía especial de internet, parte de la Oficina de Defensa de Ciberseguridad, que recientemente se hizo famosa por aparecerse en la puerta de los hogares de los usuarios que compartieron información sobre el nuevo coronavirus y llevarlos a rastras para interrogarlos y obligarlos a firmar declaraciones de lealtad al estado.  

La disidencia contra el partido gobernante es castigada celosamente. Expresar desacuerdo contra los líderes del régimen puede resultar en la pérdida de la seguridad, la libertad, y a menudo, la vida. Los disidentes pueden desaparecer repentinamente, y sus familias pueden enfrentar amenazas de muerte, secuestros, o arrestos domiciliarios sin haber sido acusados de ningún crimen.  

Consideremos el caso de Liu Xiaobo, quien, entre otras cosas, fue uno de los escritores de la Carta 08, un manifiesto que exigía un cambio político y libertad en China, incluyendo libertad de expresión. Liu enfrentó una larga condena en prisión por su defensa de estos ideales, y por “incitar a la subversión”, según el régimen.  

Liu Xiaobo ganó el Premio Nobel de la Paz en 2010, mientras estaba arrestado. Su esposa, Liu Xia, debía viajar a Oslo para recibir el premio en su nombre, pero fue puesta bajo arresto domiciliario antes de viajar, con vigilancia permanente y sin acceso a internet o un teléfono. Xia nunca fue acusada de ningún crimen ni condenada judicialmente. Sólo se le permitió salir de su casa ocho años después para asistir al entierro marítimo de su esposo. Inmediatamente después, se la envió a una parte remota del país para que no pudiera presenciar los actos conmemorativos que los seguidores de su marido harían en su honor. Todo esto se hizo para que ella no pudiera hablar públicamente contra el régimen chino. (En 2018, cuando finalmente se le permitió salir de China, Liu Xia se mudó a Berlín.) 

 Es un hecho indiscutible que China es uno de los peores violadores de la libertad de expresión. ¿Cuál ha sido la respuesta de la ONU?

Silencio. 

El principal órgano deliberativo de la ONU, la Asamblea General, no ha aprobado ninguna resolución que condene a China en sus sesiones de 2019, 2018, y 2017, y todavía no se ha pronunciado respecto a la censura de China durante la pandemia. Aún peor, a principios de abril, China fue seleccionada para un panel del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en el cual “tendrá un rol clave en la elección de los investigadores del organismo global; incluyendo a los monitores sobre libertad de expresión”, según la organización UN Watch.

La ONU ha hecho la vista gorda a la campaña china contra la libertad de expresión. Consideremos el significado del silencio de la ONU: representa una negación fundamental del principio de la libertad de expresión. Y el efecto de ese silencio es encubrir el prontuario de China. 

El influyente y poderoso régimen chino no es el único en recibir indulgencias: el problema es omnipresente. Cuba, un miembro no permanente de la ONU, por ejemplo, es uno de los peores transgresores en las Américas en lo que respecta a la libertad de expresión (y a cualquier otro derecho). Venezuela es un caso similar: los periodistas que se oponen al régimen de Maduro son constantemente acosados y encarcelados. 

¿Acaso la ONU ha expulsado a estos regímenes? No. Lo máximo que ha hecho fue emitir tibias recomendaciones, mientras ambos estados permanecen como miembros y ocupan lugares en el Consejo de Derechos Humanos. Venezuela ha perdido sus privilegios de voto en la Asamblea General un par de veces, pero no como pena por sus violaciones de los derechos humanos. ¿La razón? Cuotas impagas. Parece ser que ese es el límite de la tolerancia de la ONU.

La ONU mira para otro lado cuando se trata de propaganda estatal, censura de internet, y la encarcelación de periodistas, activistas, y civiles que expresan sus ideas y difunden información. Cuando regímenes como China aplastan descaradamente la libertad de expresión, se les da un pase libre, y como máximo, se les da una palmada en la muñeca. Al trivializar los crímenes de estos regímenes, la ONU los encubre, los blanquea y se muestra a sí misma como enemiga de la libertad de expresión.


El Ayn Rand Institute ha otorgado permiso al Ayn Rand Center Latin America para traducir este artículo al español de su versión original es en inglés, pero no avala de manera directa la traducción ni garantiza su exactitud, completud o fiabilidad.

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